La culpa de todo la tiene
el tiempo. Si, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en
transcurrir, cuando a veces
debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada, de
romper los
momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque
si el tiempo
se quedase ahí, inmortalizado a los seres y a las cosas en su punto justo,
nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las ínfimas traiciones tan propias de nosotros los humanos.